En la era de las redes sociales y la búsqueda constante de reconocimiento, es fácil caer en la trampa de pensar que nuestro valor radica en la popularidad y la influencia. Nos esforzamos por construir plataformas, ganar seguidores y ser vistos, a menudo olvidando la fuente verdadera de nuestro propósito: el llamado de Jesucristo.
¿Cuántas veces nos hemos encontrado buscando la aprobación de los demás, colocando nuestras propias ambiciones por encima de la voluntad de Dios? Nos olvidamos que, como dice Juan 15:16, "No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé."
Este versículo nos recuerda una verdad fundamental: no somos nosotros quienes iniciamos la relación con Dios, sino que es Él quien nos elige. El llamado divino precede a nuestra respuesta. Es un acto de gracia, un regalo inmerecido.
Salmo 100:3 nos dice: "Reconoced que Jehová es Dios; Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos; pueblo suyo somos, y ovejas de su prado." Somos su creación, su pueblo. No somos autónomos, ni dueños de nuestro destino. Dios nos ha creado y nos ha llamado con un propósito específico, y ese propósito no se encuentra en la búsqueda de la gloria personal, sino en la glorificación de su nombre.
A menudo, la tentación de buscar la fama y el reconocimiento nos lleva a invertir el orden divino. Creemos que somos nosotros quienes nos acercamos a Dios, que nuestras acciones y logros son los que nos hacen merecedores de su amor. Pero 1 Juan 4:19 nos recuerda: "Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero." Es su amor el que nos impulsa, su llamado el que nos guía.
La humildad es la clave para mantenernos en el camino correcto. Reconocer que todo lo que tenemos y somos proviene de Dios nos libera de la carga de la auto-promoción. Nos permite enfocarnos en servir a los demás y en cumplir el propósito que Él ha diseñado para nosotros.
Para reflexionar:
En estos tiempos de tanta distracción y tentación, recordemos siempre que no somos nosotros quienes llamamos a Dios, sino que Él nos llama a nosotros. Reconozcamos nuestra dependencia de Él y renunciemos a la búsqueda de la gloria personal. Que la humildad sea nuestra guía y el servicio a los demás nuestra meta.
Oración:
"Padre celestial, reconocemos que eres el origen de todo bien y que nos has llamado por tu gracia. Perdónanos por las veces que hemos buscado nuestra propia gloria en lugar de la tuya. Ayúdanos a recordar que somos tu creación, tu pueblo, y que nuestro propósito es glorificarte. Danos la humildad para reconocer tu llamado y la fortaleza para seguirlo. Líbranos de la tentación de la auto-promoción y ayúdanos a servir a los demás con amor y humildad. En el nombre de Jesús, amén."