Es un escenario desgarrador, pero, lamentablemente, real: personas que se acercan al altar de Dios con un corazón dividido, llevando consigo el peso del pecado no confesado. La Biblia nos advierte sobre esta peligrosa contradicción, recordándonos que la verdadera adoración requiere un corazón puro y una vida alineada con la voluntad divina.
El Altar: Un Lugar de Encuentro Sagrado
El altar siempre ha sido un lugar de encuentro sagrado entre Dios y su pueblo. Es allí donde ofrecemos sacrificios de alabanza, confesamos nuestros pecados y buscamos su presencia transformadora. Sin embargo, el altar no es un amuleto mágico que nos protege de las consecuencias del pecado. De hecho, la Biblia nos advierte que acercarse al altar con un corazón impuro es una abominación a los ojos de Dios (ver Proverbios 15:8, 21:27).
El Peligro del Pecado Oculto
El pecado, como una enfermedad silenciosa, puede corroer nuestra relación con Dios y contaminar nuestra adoración. Cuando permitimos que el pecado se arraigue en nuestros corazones, nuestra comunión con Dios se debilita y nuestras ofrendas se vuelven vacías e inútiles. El profeta Isaías declara: "Vuestras manos están llenas de sangre. Lavaos, limpiaos; quitad la maldad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo" (ver Isaías 1:15-16).
La Solución: Arrepentimiento y Renovación
La buena noticia es que Dios, en su infinita misericordia, ofrece un camino de restauración para aquellos que se arrepienten de sus pecados y buscan su perdón. El Salmo 51, escrito por el rey David después de su adulterio con Betsabé, es un poderoso ejemplo de arrepentimiento genuino y súplica por la renovación espiritual. "Crea en mí, oh, Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí" (ver Salmo 51:10).
Conclusión
Acercarse al altar mientras se lleva el peso del pecado es un acto de hipocresía que entristece el corazón de Dios. La verdadera adoración requiere un corazón contrito y humillado, dispuesto a confesar sus faltas y buscar el perdón divino. Recordemos las palabras del apóstol Juan: "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad" (ver 1 Juan 1:9). Que podamos acercarnos al altar con un corazón limpio y una vida consagrada a Dios, para que nuestra adoración sea agradable a sus ojos y experimentemos la plenitud de su presencia transformadora.
Oración
Señor, te pedimos perdón por las veces que nos hemos acercado a ti con un corazón dividido y contaminado por el pecado. Ayúdanos a reconocer nuestras faltas, a arrepentirnos genuinamente y a buscar tu perdón. Renueva en nosotros un espíritu recto y un corazón limpio, para que podamos adorarte en espíritu y en verdad. Que nuestra vida sea un reflejo de tu santidad y amor. En el nombre de Jesús, Amén.